sábado, 18 de julio de 2009

EL DESDÉN DE LA MUSA por DANIEL E. GRECO


Detrás de los muebles empañados
una araña fatal le roe los poemas
debe recogerlos, de rodillas, por la mañana,
apolillados y mustios,
con cierto aroma de inexistencia.

Daniel E. Greco

¿Y AHORA QUÉ HAGO? por VÍCTOR GARCÍA



Me apuntó con el revólver y me dijo:
-¡Flaco, dame todo!
Miré alrededor y no había nadie, encima, la luz de la calle estaba mal y alumbraba poco. Después me di cuenta, que ese, era el lugar perfecto para un asalto y yo, a las doce de la noche pasé por ahí, ¡solo!
Se me vinieron mil ideas a la cabeza:
Le doy un trompadón y lo duermo.
Le agarro el revolver, lo sacudo contra la pared y le meto un mata conejo en el cuello.
¡No, ya sé que hacer! Mejor le hablo y le digo que estoy sin trabajo y lo único que tengo es para comprarle un remedio a mi vieja.
A ver, mejor le aplico un poco de psicología, lo dejo hablar y que me cuente sus cosas, por qué se dedica a robar, si no tiene miedo a que las cosas le salgan mal y termine preso, con lo lindo que es andar libre.
Pensándolo bien, es medio bajito, flacucho, un poco narigón, tiene cara de no comer seguido, esa remera le queda regrande y ni que hablar del pantalón, para que no se le caiga lo tuvo que atar con una soguita.
¡Ma sí! le doy un empujón y listo, cuando se cae le pateo el revolver y chau, a otra cosa mariposa.
¿Y si le manoteo el arma y lo llevo caminando hasta la comisaría? Bueno, la idea no es mala… pero si en el forcejeo se le escapa un tiro y lo mato ¡no, mejor, no!
¡Ah! ¿Cómo no se me ocurrió antes? ¡Ya está! Meto la mano en el bolsillo derecho, donde tengo diez pesos, se los doy, y le digo que no tengo más y se va.
… ¡Puta, qué frío que hace! Las doce y pico y acá solo, desnudo, no pasa un taxi ni en pedo, ni el celular me dejó.
¿Y ahora, qué hago?

Víctor García



miércoles, 15 de julio de 2009

MAJESTUOSO VUELO por CRISTINA ZAMORA


Volé tan alto y libre como el Cóndor
contemplé las nubes nevadas
los nidos de esas aves en los riscos
cerros que allá en lo alto se quiebran.
Volcanes dormidos esperando su hora.
La inconmensurable belleza
de las altas montañas
llena de colores irisados
cuando el sol se ponía entre jirones de luz.

Vi las copas de los árboles abrirse
abrazando a la aurora
y deseaba ser luz para poder tocarlos
terminar de despejar la bruma de la noche
hacerme viento helado
y acunarlos con un canto
ellos se erguían altivos y majestuosos
les pertenecía el paisaje
como el aliento del tiempo.

Planeaba en las latitudes de aquella altura
rasando las rocas por el viento modeladas
descubrí el regocijado palpitar en sus cañones
observé el movimiento en caminos estrechos,
inmensas lagunas,
pueblos de brujos y chamanes
con ceremonias y rituales antiguos.

Los valles en abanicos de colores insertados
por fuegos de flores mecidos en el silencio,
con manantiales de aguas cristalinas
dispersadas en altas cascadas
de vertientes espejadas dibujando cielos.

Y volé, volé … volé … y volé…
un viento claro soplaba
y mi vuelo era sereno, era audaz,
era veloz, era valiente, era gallardo,
era orgulloso, era seguro y trastocado,
todo lo veía de pronto lejano
de pronto cercano.

Recorrí la cordillera
junto a una nube irracional,
de norte a sur de sur a norte,
crucé los puentes y las longitudes.


Los fantasmas de sus cuevas
salieron a saludarme
me dieron sus sortilegios
encontré ocultos tesoros arcanos,
con mirada ciclopea
oro, plata, sal, cobre,
esmeraldas, diamantes y rubíes
palpitando en sus entrañas.

La sabiduría milenaria enclaustrada
oculta en viejos arcones toscos
y estrolados por los vientos
que les clavaron sus colmillos
fuertemente en ellos.

El sol subía al cenit.
Cansado ya de volar
paré en uno de los picos
de esas cumbres.
Esperé el viento del sur
que llegaba suavecito
me dejé llevar por él
hasta el pie de esa montaña
y allí quedé a su planta eternizado
en un gran espíritu guardián
lleno de luz.

Cristina Zamora

CIUDAD 64 por HUGO SELETTI



CIUDAD SESENTA Y CUATRO

La ciudad estaba dividida como un tablero de ajedrez.- No había matices, sólo existía el blanco y negro.- Cada esquina estaba custodiada por una torre y a cada hora se escuchaban los cascos de los caballos blancos golpear sobre las piedras a paso seguro, sobre los limites de la ciudad Sesenta y Cuatro.-
Nunca se cruzaban con los caballos negros, quienes se encargaban del cuidado del centro de la ciudad.-
Muchos peones limpiaban cada manzana con una pulcritud que las hacía brillar.-
Sus casas eran cuadradas, sus techos alternaban entre el blanco y negro. Lo maravilloso, era ver como brotaba el humo negro de las casas blancas y el blanco de las negras, de esas chimeneas también blancas y negras.- Por ahí se veía a los alfiles discutir para abrir diagonales, pero eso sí, todos se movían con pasos seguros y tan pensados que nadie se animaba a revisarlos, la armonía era total; hasta que un día…algunos pretendieron colocar las manzanas blancas de un lado y las negras del lado opuesto.
Las torres ya no lograban ver a quien debían defender. Los caballos no tenían forma ni lugar para trotar. Los alfiles no podían abrir diagonales, y aquellos laboriosos peones empujaron las negras manzanas para un lado y las blancas para el otro hasta que la ciudad quedó separada por un pantano dónde el Rey y la Reina posaron su descanso.-

HUGO SELETTI

Gotas por ELENA ARNÉ


Gotas, de dolores fermentados
Sales, recorriendo el surco aquel
Roja, la canoa se ha quedado
Fuego, tan amargo como hiel.

ELENA ARNÉ

domingo, 12 de julio de 2009

Poema sin título de ALEJANDRA RIOS



Bajo los cráteres del primer diluvio
Los ciegos de prudente
Dejaron los pañales
Nos dieron cáscaras de fósforos para calentarnos
La cara elemental del espejo
que se llama ojo
Bajo la mirada indivisible de los infinitos colores

Y tambíen los hijos como los hijos
Que son los hermanos del perro igual que moíses
Abandonado en la calle llena de gente
Salvamos al perro, por amor
Dé que otra manera lo hubiéramos hecho
Y también al hijo ordenado en los racimos
Del rosario
Ante la estatua de cal.
Alejandra Rios