martes, 8 de septiembre de 2009

DESPEDIDA por MARTA ELENA LASTRA



Despedida

Escuchame, Antonio, quedate ahí donde estas y escuchame, porque esta es una de las últimas veces que me dedico a vos. Vine a decirte que me voy. ¡Si! Como lo oyes: me voy. Ya tengo preparadas las valijas, reservados los pasajes, todo en orden, como a vos te gusta. Es mi decisión y no volveré atrás por nada del mundo.
Me enganche con un “tours”, no se muy bien donde pero sí se que me llevará lejos, bien lejos. Lejos de tu familia, de la mía, de los horarios, de las cacerolas, los platos, de tus amigotes, de tus malos humores. Estoy cansada, Antonio, muy cansada.
Cansada de callar, de evitar discusiones, de no rebelarme, todo en nombre de la bendita paz del hogar. Cansada de seguir al pie de la letra el consejo de mi abuela: “el matrimonio esta unido por un delgado hilo, si uno tira el otro debe aflojar”. Y me pasé la vida aflojando, creyendo ingenua de mí, que así lograría ser mejor esposa, mejor madre, mejor nuera, mejor todo. Y deje de lado sueños, fantasías y estructuré mi vida a base de sacrificios, frustraciones y desvelos, entre pañales, sarampiones, mocos, ropa sucia, escuelas, libros, tareas, aplazos, noviecitos, amoríos contrariados.
Mi hombro y mi oreja, siempre debieron estar listos, todo paso por mis manos, para algo era la madre. Había que aguantar. Y cada día más sola.
Antonio ¿Dónde quedó aquella parejita joven que tomada de las manos inició un día una vida llena de promesas? ¿En qué recodo del destino se desprendieron esas manos y uno dejó atrás al otro? ¿En que momento quebramos esa indefinible línea que separa el amor de la indiferencia, el respeto del desamor, la cortesía cariñosa del gesto descomedido? ¿A cual de los dos lo ganó la rutina? ¿En que nos equivocamos?
En noche de desvelo llegué a preguntarme si en mí se estaba cumpliendo una penitencia ancestral, que yo purgaba por la inercia de mi madre, de mi abuela o de todas las mujeres que no supieron o no pudieron rebelarse a tiempo. Nunca encontré la respuesta y ahora ya no la busco, es demasiado tarde. Quizás encuentre el tiempo para ir al teatro o al ballet o la zarzuela sin tener que consultar a nadie y tal vez en la oscuridad cómplice de un cine llore todas las lágrimas del mundo, con aquellas viejas películas de amor que a vos no te gustaban. Aunque me arrastrabas a ver tres de cowboys o de guerra.
En fin vos ya no me necesitas, los hijos tienen su vida y no se si para bien o para mal, no han heredado mi conformismo y si mucho de tu egoísmo. Mejor así. Ellos no cumplirán penitencia.
No te diré que me voy contenta, pero si aliviada, pude decir algo de lo mucho que guardé tanto tiempo, sin que me interrumpieras o me mandaras a callar.
Ah! Casi me olvidaba. A vos siempre te gustaron las rosas ¿verdad Antonio? Bueno, me vas a disculpar esta vez, pero te traje crisantemos que están más baratos. Aquí te los dejo, se me está haciendo tarde, el avión no espera. ¿Te das cuenta? Aunque sea con alas mecánicas, voy a cumplir mi sueño de volar.
Me despido por fin, chau Antonio y que en paz descanses…


Marta Elena Lastra

lunes, 7 de septiembre de 2009

OPUESTOS por MABEL DÍAZ


Una mesa extensa y espejada
ávidas miradas se reflejan
Ojos de buitres
donde los ángeles
jamás pudieron
posar sus alas.
Bocas aduladoras.
Palabras resueltas
salen de sus labios.
Entre tantas manos ampulosas
un anillo se destaca
sudando con intensidad
el frío brillo del oro.

En otro lugar, otra mesa
se nota que ha sido agrandada
en reiteradas ocasiones.
Una mano desnuda
hunde el cucharón en la olla
platos de lata
miradas mansas
saliva amarga
esperan con respeto
el magro alimento
antes de saciar el hambre
rezarán.
La dura realidad de la pobreza
los golpea día tras día
sienten la necesidad
de pedir perdón
por los pecados