domingo, 6 de julio de 2008

El paraíso, por Mercedes Lamas


Se dio cuenta de que su vida entera había sido una huida. Una huida de sí misma. No quería ser convencional. No quería ser igual a las demás. Aquellas señoras gordas o anoréxicas que tanto le fastidiaban; ocupadas tan sólo de las apariencias, del qué dirán, de sus pobres hijos y en último lugar el no menos pobre marido, al que había que tener siempre limpito y bien planchadito si no quería ser criticada, especialmente por la familia política.
Tampoco quería parecerse a esas mujeres liberales que de liberales sólo poseían el aspecto ya que tras de ellas siempre había un hombre que pagaba sus cuentas en boutiques carísimas.
No. Decididamente no era ella una liberal ni feminista. Era tan sólo una mujer que intentaba ser feliz. Pero lograrlo no era tan fácil ya que ella misma comenzaba negándose posibilidades.
Como si se tratase de un juego de azar, pensaba que no tenía en su haber el número o color que cambiase su destino.
Siempre dejaba que los hechos sucedieran. Ella no ayudaba nunca a modificar ese destino.
Tenía su cuarto un vestidor, revestidas sus paredes en madera de pino. Cierta vez le pareció escuchar voces humanas conversar. Pensó que eso no podía suceder no obstante había días en los que permanecía horas con el oído puesto en la pared del fondo del vestidor.
Cierta vez escuchó una música, que ella reconoció enseguida, pues no sólo se trataba de un tema conocido sino que además ella poseía un oído privilegiado. A veces escuchaba una voz áspera y cavernosa como la de Louis Armstrong, otras veces oía voces de mujeres. Las sentía felices. Reían y cantaban hasta ser casi inaudibles. Al principio creyó estar enloqueciendo . Así fue permaneciendo cada vez más tiempo en su cuarto.
Un día de lluvia comenzó su casi total encierro. Hacía frío. Cerró la ventana que daba al jardín y puso su oído derecho contra el fondo del vestidor. Escuchaba atentamente. Una pareja gemía de placer. Al principio sintió un poco de envidia. Quería amar. Necesitaba desesperadamente amar. Siempre había huido de los compromisos del amor. Sólo desnudaba su cuerpo. Era curioso ver cómo se excitaban los hombres con él. A ella la excitaban mucho más una espalda ancha, unas cejas tupidas, una mirada profunda. En sus relaciones había habido siempre sólo placer físico y nada más.
Ella quería ver las caras de los que gemían pues, con sólo mirarlas sabría si solamente estaban copulando o si en realidad se amaban.
Sabía que atrás de esa pared estaba lo que ella deseaba. Rompió las maderas del vestidor, rompió la pared de atrás y pasó al otro lado; la pareja salió corriendo. No pudo ver sus rostros, sólo sus cuerpos desnudos huyendo.
También vio una cascada y mucha vegetación. Pájaros de todos colores cantaban y embellecían aún más el lugar.
Se acordó del Paraíso terrenal, de Adán y Eva, del pecado original y de todo lo prohibido.
Dejó atrás su cuarto. Dejó atrás sus temores y fue hacia adelante, hacia su paraíso, sin mirar atrás. Su desaparición fue un misterio.
Todo estaba en orden. El vestidor estaba sano y un olor a bosque salía de él mientras una pluma amarilla yacía en el piso junto a unas hojas verdes...