jueves, 14 de junio de 2012

NO SÓLO EL HOMBRE TROPIEZA DOS VECES CON LA MISMA PIEDRA por PATRICIA TORRES


Le ofreció lo mejor que tenía, con un bello gesto en el rostro, con la sonrisa tan grande que casi se mordía las orejas y el otro miró, aparentando que no veía, con desconfianza, tal vez no acostumbraba recibir regalos, tal vez la rudeza fuera su paisaje más conocido. El perro se fue, asombrado, dudando la amabilidad del mono, tanto,  le resultó demasiado.
No quiso  irse como se va el sol a otro cielo, sin posibilidad de abandonarlo por completo, como se van las golondrinas persiguiendo a la primavera, como la bajamar que regresará para volver a besar a su arena que tal vez sólo tiemble de frío a su regreso o como el péndulo del reloj de la pared que le impide avanzar si se queda sólo del lado izquierdo.
         El miedo es experto en camuflajes.
         El mono se acurrucó y no entendió. Entonces, lloró sin pensar, no importa,  dicen que no puede hacerlo, el ruido de las patas que se alejaron sin explicación le retumbó profundo,  él también quiso irse para siempre, perderse en el aire en un acorde, hacerse invisible, irse para no ver ni ser visto, para cerrar los ojos y no volver  a abrirlos. Irse sin maletas ni pesares, sin recuerdos ni memorias, sin laureles ni violetas.
         Las patas del perro que se alejaba volvieron a retumbarle profundo, tanto, que en su aturdimiento sintió haber obrado mal, tampoco importa, también dicen que los animales no sienten.