viernes, 4 de mayo de 2012

Trabajo del tema: literatura gauchesca: REJUCILO por ABEL PONTE


Schurg. Schurg. Schurg. Schurg. Las patas se hunden en el piso blando y levantarlas es un esfuerzo titánico. Me duelen las rodillas y el aire no me alcanza en los pulmones, cada vez que el barro chirle hace ese chupón característico, que parece querer quedarse con mis cascos gastados. Así paso las horas y los días en este inmundo pisadero donde cumplo mi condena junto a otros compañeros caídos en desgracia igual que yo. Condena de caballo viejo, incapaz de galopar. De potro me llamaban Rejucilo, nombre que me dio el Rengo Peralta, uno de los últimos gauchos matreros que hubo en la zona. Yo lo conocí bien, estuvimos juntos mucho tiempo. El Rengo pasó de arriero a cuchillero después de un par de muertes justificadas por la bravura y la ginebra. Entonces el hombre se conchabó de “guardaespaldas” de un doctor con ínfulas de político. El Rengo era temido y respetado por su habilidad con el facón y su falta de saña con los vencidos, cosa que demostraba guardando un respetuoso silencio después de tener que despenar a alguien. Así, forjó una fama que fue creciendo a lo largo de los años. Su buena estrella se apagó cuando se cruzó con un joven matón de comité, que sin prejuicios tales como el honor, la hombría y el coraje, le pegó un tiro en el ojo al Rengo y terminó con su dilatada carrera, mandándolo directo al camposanto. Ya nadie lo recuerda, solo yo, su fiel Rejucilo. Tal vez, lo mejor hubiera sido terminar como él y no vivir este suplicio de tener que arrastrar mis huesos doloridos pisando barro todo el día para que estos gauchitos de juguete puedan hacer sus casitas y vivir siempre en el mismo lugar, en vez de recorrer la pampa infinita montados en un potro como el que supe ser. Yo era el potrillo más brioso de la tropilla. No conocía freno ni rienda. Hasta que un día llegó él, que después sería el mentado Rengo Peralta. Según me enteré más tarde, ya tenía fama de jinete experto. Me montó mientras me sujetaban entre dos, cuando me soltaron hice todo lo posible por sacármelo de encima, No encontraba forma de hacerlo caer, me revolvía de un lado para otro, saltaba, cabeceaba, hasta que, ya algo cansado, en una de mis piruetas caigo de costado y pude sentir claramente una de sus piernas debajo mío y al mismo tiempo su grito de dolor, ya no fue un HUIJA o un ARRE , con los que acompañaba mis caracoleos, sino un AAAARG profundo, que le salió de más adentro. Pero el hombre no se soltó, me incorporé y el seguía arriba mío, enhorquetado en su testarudez. A partir de ese día, estuvimos ligados, fundidos uno al otro. El había conseguido el potro que lo acompañaría hasta el final de sus días y también el apodo que no lo abandonaría jamás. Rengo.

3 comentarios:

daniel eduardo dijo...

¡muy buen relato, abel!

ALE dijo...

Abel. hermoso texto, es conmovedor oir a rejucilo contAndonos su vida y su amistad con el rengo a quien recuerda aun después de su muerte. te felicito.

Graciela Zecca (TORMENT@) dijo...

excelente texto, muy conmovedor y muy bien narrado, te felicito!