Cruzó en silencio el oscuro paraje. Los sonidos de la noche lo sorprendían. No tenía miedo sino curiosidad.
Unos cuantos metros más adelante enormes médanos eran el pasaje hacía otro aspecto geográfico del lugar.
El aire se sentía enrarecido le costaba trabajo respirar normalmente. Caminó sin tener noción del tiempo, a ciegas porque nada alumbraba su camino.
Se sintió solitario, demasiado confundido quizás. Aunque desde el principio supo que estaba destinado a cumplir la misión. Los otros estarían orgullosos de ser ellos elegidos para tal fin. Tenía que demostrarles que no se habían equivocado con él.
El frío del desierto le hizo disminuir los pasos. Buscó cobijo en vano. La arena lo cubría todo hasta entorpecerle la poca visión reinante.
Decidió quedarse guarnecido en medio de unos médanos de poca altura. Al menos era una solución aparente.
Cuando despertó sintió arena hasta en lo más profundo de su boca. Volvió a tener la sensación de ahogo. Tosió fuertemente varias veces seguidas. El aire fresco volvió a circular por sus pulmones.
Prosiguió la marcha una noche más. Ya seguro de estar en el lugar indicado según las coordenadas geográficas que marcaba el aparato digital que llevaba en la muñeca. Había estudiado minuciosamente el recorrido, ya que después tendría que volver sobre sus pasos para huir en el vehículo que lo había trasportado a kilómetros de ahí.
Allí lo aguardarían. Acercarse más implicaba el peligro de ser descubierto.
Cuando llegó al monte el cielo era plomizo, como de duelo.
Su reloj marcaba las tres pm. del viernes siete de abril.
Escondido tras unas rocas pudo divisar un pequeño ejército que contemplaba las tres ejecuciones llevadas a cabo.
Los refucilos alumbraban las tres siluetas recortadas en la lejanía. El silencio lo inundaba todo para dar paso al grito del cielo que clamaba su desconsuelo.
Cuando los soldados se retiraron, un grupo reducido se acercó a uno de los ahí colgados. Un hombre procedió a bajarlo y cubrir su cuerpo con un manto de lino. Ya no tenía dudas, ese era el hombre que debía llevarse consigo.
Esperó pacientemente, aún no era su turno de entrar en acción. Sigilosamente y sin ser visto persiguió a los que se llevaban el cuerpo sin vida hasta una cueva, la cual taparon luego de su salida con una piedra. Apostados en la entrada quedaron dos soldados con mantos carmesí, a los que durmió lanzándoles gases paralizantes para luego entrar sin ninguna dificultad, aún a pesar de la roca.
Ya dentro de la cueva contempló el cuerpo tapado. Sacó de una bolsa que llevaba consigo unos aparatos que conectó al muerto.
Pocos segundos después sus ojos se encontraron. Dos océanos azules lo miraban sin murmurar palabra alguna. No necesitaban hacerlo, cada uno sabía exactamente los pasos a seguir.
Le dio ropa para cubrir el torso semidesnudo y maltratado. El olor a sangre invadía el ambiente.
Antes de salir del lugar, el de ojos azules le tomó las manos y le dio las gracias.
Sintió la vibración en todo su cuerpo y una luz blanca comenzaba a brillar alrededor de ellos. Estaba satisfecho había recuperado a uno de los suyos.
Ahora el camino seria largo, atrás dejaron el Gólgota y las tres cruces que la luna alumbraba como única testigo silenciosa del regreso a su planeta.
2 comentarios:
¡un beso graciela!
muy bueno Graciela.
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