El mayor grado de verdad al que pueden aspirar las ciencias humanas… ¿y qué?
¿No es verdad lo que digo? O, por lo menos ¿No es verosímil?
Disculpen estimados lectores (no sé por qué los estimo, ni sé si los estimo) por el tono un tanto chocante del título, lo que pasa que hace rato ya que siento que las ciencias humanas me mienten, y cada vez que expongo mis fundamentos me trenzo en discusiones que ¡Mama mía! Hasta me he agarrado a las piñas. Por eso es que estoy un poco a la defensiva y me parece que ese “¿y qué?” al final del título está de más, pero ya lo escribí. Yo sé que se puede borrar, corregir, porque no es como cuando escribías a máquina que te confundías y tenías que tirar la hoja. Ahora lo seleccionas, le das al supr y listo. Pero la verdad es que no quiero borrarlo porque estoy caliente todavía. Y no estoy caliente con los capos de las ciencias humanas, qué sé yo… Freud, Marx, Pavlov, Levi Strauss, Wrangler, Durkheim, Darwin… No. Con ellos no, sino con los perejiles que los defienden porque se piensan que uno no es capaz de entenderlos, y te los explican. Y te los explican mal. Los tipos estos, los caporale, estaban convencidos de lo que decían, del resultado de sus investigaciones, de sus inventos y de sus aparatos conceptuales, así que les doy la derecha aunque… para mí, estaban equivocados. Y cuando digo esto, saltan los perejiles y te agreden, te tratan de ignorante, de facho, de zurdo de mierda, de positivista, de nihilista, de mormón, de maoísta, de peronista, y qué sé yo de cuántas cosas más. Pero no les doy bola. (continua)
(fragmento)
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