lunes, 21 de mayo de 2012

Temario clase: El arte visual como modo de expresión. -1ra parte

“No tengo sensación de añadir algo al mundo. ¿De dónde iría yo a tomar lo que añado, sino del mundo?” M. Foucault, El lenguaje al infinito
Para Foucault la literatura es un movimiento continuo, un fluir, un rumor de agua en el que aparecen pequeñas islas, o barcos, que serían las obras. La literatura se inmoviliza y se cristaliza en las obras, pero el fluir de la literatura, del lenguaje o de ese rumor de palabras continúa. El comienzo de la obra no es la primera palabra, hay un antes, una voz, o mejor dicho, un coro de voces, que nos precede. El texto comienza en un silencio, y Foucault hablará también de una ausencia. Igual que un texto no empieza en la primera línea tampoco acaba con la última. En una entrevista con le Monde, Foucault aparece bajo un pseudónimo, no dice quien es, pretendiendo que se preste atención a lo que dice y no a lo que la gente sabe que suele decir. Michel Foucault, quiere dar importancia a las palabras y no al nombre ni al “prestigio” que le precede. Es algo que repetirá en otras ocasiones. El autor, el nombre de un autor, muchas veces consigue limitar nuestra lectura de un texto a lo que sabemos de ese autor y no a lo que están diciendo las palabras. A la pregunta “¿qué importa quién habla?” (que importa quien habla, ha dicho alguien que importa quien habla) responderá Mallarmé: “Hablan las palabras”. Y ahí es donde entra Foucault. El autor, dirá Foucault, o la noción de autor, ha supuesto el momento más de individuación de toda la historia del pensamiento. Las nociones de obra y autor son las nociones más sólidas para individualizar. Foucault no se plantea el tema de la obra como reflejo social o reflejo de la vida del autor, lo que tratará es la desaparición del autor. A pesar de que claramente hay quien escribe textos, esto es totalmente indiferente ante los textos mismos. Como si muchas veces plasmáramos en nuestra lectura lo que conocemos de un autor determinado y no pudiésemos ver bien el texto, las palabras, que son las que hablan. Las palabras hablan y el ruido del autor muchas veces no nos permite escucharlas. La obra, deja de ser exclusivamente el vehículo de expresión del autor o de la vida del autor, pasa a tener otra vida. El autor, esta figura que ha sido tan privilegiada en el arte, deja de ser el inicio exclusivo de la obra, como Foucault ya señala, no hay grandes comienzos, nada parte de cero, todo son encuentros y azares. El autor parte, para empezar, del estar inevitablemente inmiscuido en unas vivencias previas a la obra, unas lecturas, una determinada cultura; tira, a fin de cuentas, del hilo de lo que otros han escrito, reescribe lo que ha leído. De ahí que hablamos de ese continuo fluir de la literatura y de lo puntual de las obras físicas. Habrá pues un autor, un artista, una mano que ponga las palabras ahí, pero eso no lo convertirá en “origen” de la obra, en un autor-genio y tampoco será dueño exclusivo de la vida de esta obra, perderá sus privilegios igual que la obra perderá sus connotaciones de código cifrado cuyo secreto hay que desentrañar porque un autor lo ha puesto ahí. La literatura no es el lenguaje que se identifica consigo mismo hasta el punto de su incandescente manifestación, es el lenguaje alejándose lo más posible de sí mismo; y si este ponerse “fuera de sí mismo”, pone al descubierto su propio ser, esta claridad repentina revela una distancia más que una doblez, una dispersión más que un retorno de los signos sobre sí mismos. El “sujeto” de la literatura (aquel que habla en ella y aquel del que ella habla) Al lenguaje de la ficción se le pide una transformación simétrica. Este debe dejar de ser el poder que incansablemente produce y hace brillar las imágenes, y convertirse por el contrario en la potencia que las desata, las aligera de todos sus impedimentos, las alienta con una transparencia interior que poco a poco las ilumina hasta hacerlas explotar y las dispersa en la ingravidez de lo inimaginable. La ficción consiste no en hacer ver lo invisible sino en hacer ver hasta qué punto es invisible la invisibilidad de lo visible. El pensamiento del afuera, escucha no tanto de aquello que se pronuncia en su interior, cuanto del vacío que circula entre sus palabras, del murmullo que está continuamente deshaciéndolo. La creación de objetos nuevos; la transformación de objetos conocidos o el cambio de materia para ciertos objetos: un cielo de madera, por ejemplo; el empleo de palabras asociadas a las imágenes; la falsa denominación de una imagen; la realización de ideas dadas por los amigos; la representación de ciertas visiones del sueño, fueron en general los medios de obligar a los objetos a convertirse por fin en sensacionales El propio Morelli afirmará en el capítulo 99 de Rayuela:
Si seguimos utilizando el lenguaje en su clave corriente, con sus finalidades corrientes, nos moriremos sin haber sabido el verdadero nombre del día. “El poeta que escribe, piensa con palabras familiares, el poeta que pinta piensa con figuras familiares de lo visible. La escritura es una descripción invisible del pensamiento, y la pintura es la descripción de lo visible.” Supongamos que la obra está escrita: con ella ha nacido el escritor. Antes, no había nadie para escribirla. La tarea del escritor es la de hacer sensible el murmullo, convertir en imagen el lenguaje. Cuando hay imagen hay fascinación, hay una captura por la imagen. La vista evita la confusión del contacto, pero la imagen logra el contacto a distancia. Se impone a la mirada La fascinación es la pasión de la imagen. Mauricie Blanchot define a esta clase de visión como aquella que ya no es posibilidad de ver, sino imposibilidad de no ver. La ausencia de límites de la fascinación, su cualidad abismal, revela a la literatura. La literatura no es un lenguaje con imágenes, es lenguaje en imagen. La figuración no es el modelo del lenguaje en imagen. La figura-personaje, la figura escena relato de acción, se hace a la medida de la impaciencia.
MAURICE BLANCHOT Escribir nos cambia, dice Blanchot, somos lo que escribimos. La muerte es el final del recorrido, su extremo, y su trasfondo también. La obra es el pasaje de lo indeterminado a lo extremadamente determinado El arte humanista es aquel en que el hombre busca la gloria en sus obras, actuando en ellas para perpetuarse en esa acción. Esto puede considerarse significativo e importante. Pero el arte entendido de este modo no es más que un estilo memorable de unirse a la historia. Es necesario escapar de la eternidad perezosa de los ídolos y desaparecer en la cooperación de la transformación universal. (CONTINUARÁ)

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