jueves, 2 de septiembre de 2010

TEXTO SIN TÍTULO POR JUAN ALBERTO LUCERO

De pronto tuve que abandonar a mis padres, las costumbres de mi pueblo. A mis pequeños y numerosos hermanos, las changas, y la vuelta al atardecer cargado de alimentos para paliar el hambre.
Nos llevaron muy lejos, a una tierra desconocida, nos decían que también era parte de nuestra patria, y había que defenderla. Cruzamos gran parte del océano a bordo de un barco, formados y exigidos a llevar un arma en las manos.
Éramos muchos los morenos, jóvenes y sin experiencia, apenas llegamos a la isla y llevando mucho peso sobre nuestra espalda, nos exigieron cavar. Había que enfrentarse al viento, al frio que llegaba desde todos los rincones de la isla. Mientras por las noches, nos quebrábamos en miles de pedazos, sosteniendo nuestra lealtad.
El hambre no nos dejaba pensar, el cansancio al final del día nos vencía, aunque siempre había alguien que nos gritaba, ¡A no dormirse soldados! De pronto, el cielo produjo destellos, sonidos de bombas, esos estallidos quebraron el viento, y nosotros sin saber cómo reaccionar. Nos llenamos de miedo, si hasta el que mandaba se le acabaron las palabras.
Nadie se movía, el cielo era nuestro techo, la trinchera nuestro hogar.
Pasaban los días, y ya no sabíamos contra quien combatir, si era contra el hambre o era por la paz. Las bombas y las balas se acercaban a cada segundo, al que mandaba lo habían matado, y nosotros sin saber cómo continuar.
Habíamos perdido fuerzas, el frio, el hambre, las balas y el viento no nos dejaron en paz. Nos descubrieron sumergidos en la miseria, nos mataron cruelmente, en nuestra tierra, la que jamás debemos de olvidar.

1 comentario:

daniel eduardo dijo...

¡muy bien recreado el escenario por tu personaje! ¡te felicito, juan!