Esta vez fue Carmelina quien sentenció que todos los hombres eran iguales. Por eso, vos nena, no te cases. Y efectivamente ella, muy a su pesar, hacía caso a los decires de su madre, sus tías y de Carmelina. Ellas habían conocido varón, y, seguramente lo dicho y lo no dicho acerca del género masculino era tan cierto como los callos en los pies, pero eso era algo que Sara debía experimentar, sin mediadores o consejeros.
Tenía cuarenta años recién cumplidos y le seguían diciendo nena. La vida útil se le iba quedando atrás si quería ser madre. Y así, sin decir nada a nadie, fue a un Banco de semen. Mucho no sabía del tema. Casi nada. El CCB o el Premiun Ici y tantos otros términos, eran desconocidos por ella hasta ese momento.
En su casa, supieron de su embarazo cuando su panza ya era notoria. Su hermano de veintidós años estudiaba Medicina en la capital de Córdoba y se alegró mucho por ese sobrino, que sentenció que querría como si fuese su propio hijo.
Le dijeron que estaba totalmente loca pensando en traer un hijo a este mundo. ¿Acaso lo pensaron sus padres cuando la engendraron a ella? ¿ Cómo iba a mantener a ese niño o niña? Con el dictado de sus clases de inglés no era suficiente. Los de dentro y los de fuera de su casa opinaban sobre su elección. Pero cuando vieron a la hermosa niña, rubia, de ojos grises, saludable y endemoniadamente llorona, se olvidaron de sus afirmaciones y sólo escuchó de sus bocas palabras de contento.
Y el tiempo fue pasando y, la niña de nombre Lucía, fue creciendo, linda y segura. Javier, para obtener ingresos y costear su carrera vendía su esperma. Pero esto Lucía nunca lo supo. Y Sara tampoco.
3 comentarios:
!!Me encantó Merce!!!. Muy bueno........tito
!Buenisimo!Mercedes
¡muy bueno! ¡un beso!
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